Foto: José Javier Capera, columnista invitado cambioin.com
Por: Editor en Jefe - Publicado en noviembre 16, 2025
Por: José Javier Capera, Profesor e Investigador. Columnista invitado cambioin.com
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En el Tolima nos hemos acostumbrado a que los desastres no caen del cielo: nos los fabrica, con disciplina admirable, la clase política. Cada cuatro años, la región cambia de administradores pero no de hábitos. La improvisación se recicla. La politiquería se hereda. La incapacidad se perpetúa, entre tanto, quienes se atreven a pensar distinto los verdaderos *“locos”* lúcidos, siguen siendo marginados, desoídos, expulsados del debate público.
La historia del profesor Fernando Gallego Jaramillo es el mejor espejo de este círculo vicioso. Ese maestro, obsesionado con entender los susurros del Nevado del Ruiz, dedicó dieciséis años a registrar temblores, cambios de azufre, emisiones de ceniza. No era un adivino, era un investigador tolimense, de esos que trabajan sin reflectores y sin presupuesto, armado únicamente con un cuaderno y la terquedad de quien sabe que el conocimiento no necesita permisos es rebelde y subalterno por naturaleza.
Tres días antes de la tragedia de Armero, Gallego había advertido lo que nadie quiso escuchar: que el peligro no era solo la erupción, sino el deshielo brutal que bajaría con furia por la cuenca del Lagunilla. Había diseñado rutas de evacuación, simulacros, sistemas de comunicación entre municipios. Hasta anticipó que una enorme roca en el sector El Zirpe sería arrastrada por el alud y que, al hacerlo, arrasaría todo a su paso. Lo dijo con la claridad de quien ve venir la noche mucho antes del atardecer.
¿Y qué hicieron las autoridades? Nada nuevo: lo silenciaron, maltrataron, humillaron y calumniaron. Se burlaron de él en cafés y escuelas, le prohibieron acercarse al volcán, al río, a los medios una muestra de ostracismo político. El alcalde de Armero y otros mandatarios expidieron decretos para callarlo por “generar pánico colectivo”. En pocas semanas, el maestro que intentaba salvar vidas pasó de ser un investigador apasionado a un “enemigo del orden público”. La política local, una vez más, eligió proteger su imagen antes que proteger a su gente.
Esa persecución es tristemente coherente con la tradición política del Tolima: desconfianza frente al conocimiento, desprecio por la técnica, sumisión a cálculos electorales. A Gallego lo trataron como loco, pero no como los locos peligrosos, sino como los locos visionarios que Ernst Bloch reivindicaba: aquellos que ven lo posible antes de que exista, los que advierten caminos que la sociedad aún no está preparada para transitar. Los “locos” que, por pensar más allá del presente, son condenados por quienes viven atrapados en la inmediatez de la burocracia y el clientelismo.
El 13 de noviembre de 1985, cuando el Nevado del Ruiz rugió y el Lagunilla descargó su furia, el país descubrió, demasiado tarde, que el loco tenía razón. Más de 26.000 vidas quedaron enterradas por una mezcla de naturaleza y negligencia. Pero mientras la montaña cumplía sus advertencias físicas, la clase política cumplía sus advertencias morales: la incapacidad, la arrogancia y el desprecio por la ciencia pueden ser tan mortales como un volcán.
Cuarenta años después, la historia de Gallego no puede seguir siendo solo una anécdota de sobremesa. Es una lección amarga de cómo la politiquería puede matar. Y es, sobre todo, un llamado a recuperar la figura del “loco” de Bloch: el soñador que piensa por fuera del molde, el investigador que no busca aplausos, el ciudadano que se atreve a incomodar al poder.
Si el Tolima quiere dejar de repetir tragedias, debe aprender a escuchar más a sus “locos” y menos a sus politiqueros. Porque, en esta región, los desastres naturales seguirán ocurriendo. Pero los desastres políticos, esos sí podríamos evitarlos. Sin embargo, el último evento realizado en la tierra del dolor y la esperanza en Armero fue otro simple show politiquero y en el peor sentido farandulero con el perdón de las víctimas, ni un minuto de silencio, ni un minuto más sin la verdadera reparación histórica del pueblo armerita.
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