Foto: José Javier Capera, columnista invitado cambioin.com
Por: Editora melissa guzman - Publicado en octubre 03, 2025
Por:José Javier Capera, Profesor e Investigador. Columnista invitado cambioin.com
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Hay denuncias que hacen mucho ruido y muy poca luz en el abismo. Aquí no vamos a inflar egos ajenos; vamos al hueso de la pierna cerrada en medio de nuestra anatomía social: la Universidad del Tolima (UT) arrastra una crisis que no se arregla con sermones ni con “poses de forense o del Dalí de la moral pública”. Se arregla con memoria, autocrítica y reformas de gobierno universitario con democracia real.
De pronto en el análisis hay que hacer algunos contrastes. No todo es una caverna. Si bien la burocracia, la contratación y el clientelismo devoran los recursos y la institución, también hay expresiones y sectores que buscan salir adelante pese a tantas trabas, odios y clientelas. Aunque duela, la academia está en el suelo, ante todo porque no hay autonomía ni democracia. No podemos salir del pozo sin lograr una conciencia crítica universitaria que supere este estado de retardo.
En el Tolima, la UT se volvió un botín de temporada. Los clanes politiqueros y algunos sectores de izquierda con prácticas burocráticas han convertido la universidad en mesa de banquete: contratos como carnada electoral, encargos eternos y favores disfrazados de méritos. La academia se oxida, la investigación se rezaga y los estudiantes pagan la cuenta en asambleas interminables que terminan apagando incendios provocados desde la propia burocracia.
A propósito de la nota del exdiputado Renzo García, hay que recordarle al Tolima su cercanía con la administración fallida de José Herman Muñoz, marcada por precarización académica, fortalecimiento de la burocracia y hasta una huelga de hambre como símbolo de su fracaso. García fue secretario académico en esa rectoría, promovió diplomados ambientales y se vinculó a la nómina universitaria que hoy cuestiona.
Posteriormente dio el salto a la Asamblea en alianza con el diputado Jaime Tocora, consolidando lo que diversos sectores han percibido como un entramado político-familiar que, en la práctica, no se diferencia demasiado de las redes tradicionales que asegura combatir. Esa es la percepción extendida: la búsqueda de una curul departamental en paralelo al uso de la UT como plataforma de legitimación política. El pueblo lo resume en su sabiduría: quien tiene rabo de paja no debería andar con antorchas.
El escritor Eduardo Galeano lo dijo con sensatez: “Hay un silencio que es bastante parecido a la estupidez.” Y en la UT hemos tenido demasiado silencio cuando conviene y demasiada estridencia cuando se reparten cuotas burocráticas. Ese silencio cómplice es el que permite que el clientelismo sobreviva, y ese ruido moralista es el que distrae de lo esencial: la reconstrucción de una universidad con autonomía, dignidad y pensamiento crítico.
El panorama es claro: el pasado y el presente de la UT han estado atravesados por clanes, disfrazados de derecha o de izquierda, que han reducido la universidad a botín político. La pregunta es inevitable y urgente: ¿seguiremos esperando que el oportunismo y la politiquería pasen por encima de lo público o vamos a recuperar el sueño de una UT gobernada por sus méritos, con democracia real, popular y con cuentas claras al servicio de los pueblos del Tolima?
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