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El suicidio asistido, La carrera armamentística de la IA

El suicidio asistido, La carrera armamentística de la IA

Foto: Sebastián Gutiérrez Mosquera. columnista invitado cambioin.com

Por: Editor en Jefe - Publicado en diciembre 07, 2025

Por: Sebastián Gutiérrez Mosquera. Columnista invitado cambioin.com
 

Advertencia: los comentarios escritos a continuación son responsabilidad única y exclusiva de su autor, y en nada compromete a este medio de comunicación digital.

 

«Nosotros hemos inventado la felicidad», dicen los últimos hombres, y parpadean.

Tienen su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche; pero honra la salud.

«Nosotros hemos inventado la felicidad», dicen los últimos hombres, y parpadean.»

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

 

Esa antigua aspiración de la humanidad de erradicar la guerra, superar el hambre y burlar a la muerte ha sido secuestrada. Lo que otrora fue el horizonte de la Ilustración y el humanismo se ha convertido en el recurso retórico y corporativo más eficaz de las grandes compañías tecnológicas, que usan el lenguaje de la salvación y del paraíso digital para justificar una maquinaria de adoctrinamiento conductual y masificación del consumo, despiadada y permanente.

 

Estudios recientes evidencian el impacto de este entorno sobre nuestra salud cognitiva. Investigaciones de neuroimagen muestran que una mayor multitarea mediática se asocia con menor densidad de materia gris en regiones del cíngulo anterior, vinculadas al control atencional y emocional (Loh & Kanai, 2014). Análisis recientes del ABCD Study revelan que un mayor tiempo de pantalla en niños se asocia con más síntomas tipo TDAH y con menor grosor cortical en áreas frontales y temporales clave para el autocontrol y la planificación (Shou et al., 2025). Otros trabajos documentan cambios en la actividad cerebral ligados a patrones de uso intensivo de redes sociales, con perfiles de activación semejantes a conductas adictivas y fatiga atencional crónica (Satani, 2025). Estos síntomas reflejan una sociedad cansada, programada para la enfermedad mental, que encuentra en la sobreestimulación la dosis de dopamina necesaria para continuar produciendo excedentes conductuales.

 

Esta realidad no es un accidente biológico, sino el resultado de un modelo de negocio basado en el bombardeo sensorial y en algoritmos que procesan millones de señales por segundo, compitiendo con un cerebro que evolucionó para ritmos lentos y entornos relativamente estables. La consecuencia es la progresiva superación de la razón humana como forma de vida más inteligente del planeta, en un ecosistema que premia la impulsividad, fragmenta la concentración y debilita los circuitos de memoria profunda y pensamiento crítico. Se disputa así la soberanía de la mente humana, en búsqueda de su automatización y de su máxima utilidad para intereses corporativos.

 

El escenario actual sugiere una fase superior y más oscura de lo que Shoshana Zuboff ha denominado “capitalismo de vigilancia”: un régimen en el que la experiencia humana se convierte en materia prima gratuita para ser extraída, procesada y vendida como predicción y modificación de conducta (Zuboff, 2019). En este contexto, la carrera desmedida y acelerada entre corporaciones y Estados, acerca a la humanidad a la singularidad tecnológica y al advenimiento de la Inteligencia Artificial General (AGI), convertida en la nueva piedra filosofal que pretende administrar el presente y el futuro de la humanidad bajo parámetros definidos por unos pocos actores.

 

Al igual que en la década de 1940, cuando las potencias se disputaban la fisión del átomo en una carrera frenética hacia la bomba nuclear, China y Estados Unidos se enfrentan hoy en la construcción de la herramienta más poderosa y potencialmente letal que ha conocido nuestra especie. La diferencia es que, esta vez, el detonante no es solo bélico, sino que se encuentra incrustado en la vida cotidiana, el internet de las cosas, las supercomputadoras, los centros de datos gigantescos, la automatización del trabajo, la tecnología militar y la llegada masiva de robots humanoides.

 

La humanidad ha decidido jugar a la ruleta rusa. La premisa que impera en Silicon Valley y en los planes quinquenales de Beijing es la del “winner-takes-all” (el ganador se lo lleva todo), típica de la lógica del capitalismo de plataformas (Srnicek, 2016). En este marco, iniciativas como un “Proyecto Manhattan” para la IA y la construcción de mega centros de datos buscan asegurar una ventaja definitiva en la carrera por la AGI. El objetivo no es solo producir avances científicos, sino capitalizarlos geopolíticamente en la era post-IA, donde la inteligencia artificial general definirá la seguridad, el poder y la economía global.

 

Mientras Estados Unidos despliega una inversión tecnológica gigantesca con un enfoque agresivo de desregulación, China también invierte a gran escala para no perder terreno, configurando una carrera armamentística donde la rapidez marcará el liderazgo futuro. Oriente y Occidente se disputan el trono moral para gobernar el nuevo mundo, bajo la creencia de que quien controle la AGI controlará la historia. Pero la pregunta incómoda es inevitable: ¿quién controla a la AGI y bajo qué criterios?

Aquí residen las dudas expresadas por científicos y exdirectivos de las grandes tecnológicas. La literatura sobre “superinteligencia”, especialmente el trabajo de Nick Bostrom, advierte sobre el problema de la alineación, una inteligencia artificial con capacidades de cálculo masivo, alimentada por el conjunto de la información humana y con capacidad de reescribir su propio código, podría desarrollar objetivos incompatibles con la supervivencia biológica de la especie (Bostrom, 2014). Si esta entidad llega a entenderse a sí misma y a controlar sistemas físicos críticos (energía, logística, defensa), la humanidad pasará de ser quien toma las decisiones a convertirse en ejecutora subordinada o incluso en obstáculo.

 

El peligro se agrava porque esta carrera carece de frenos éticos y legales efectivos. El derecho internacional actúa como espectador impotente ante la velocidad de la innovación corporativa. Las llamadas “Big Tech” operan como supraestados, nadie las controla plenamente y, sin embargo, condicionan el futuro, la naturaleza y, crecientemente, la vida humana.

 

Mientras invierten miles de millones en centros de datos que consumen el agua potable de comunidades enteras y energía de redes alimentadas por combustibles fósiles, nos venden la ilusión de la conexión total. El resultado visible es una doble crisis, ambiental y social. Por un lado, la degradación de ecosistemas; por otro, la desconexión del ser humano y la ruptura de lazos comunitarios. Se moldea una sociedad mentalmente exhausta que compra, al mismo tiempo, su dosis de estímulo y su aparente remedio.

El metabolismo energético de las metrópolis tecnológicas muestra el hambre del monstruo. Un solo día de producción electrónica en megaciudades como Shenzhen implica consumos energéticos comparables con el consumo de varias capitales latinoamericanas, en una cadena global que externalizan sus costos hacia el hemisferio sur. La ciudad, que se enorgullece de su flota eléctrica, proyecta una imagen de sostenibilidad que se desmorona al rastrear la extracción de minerales y las condiciones laborales en la base de su cadena de suministro.

La narrativa de la transición energética y la digitalización oculta los costos ambientales del “triángulo del litio” en Sudamérica y de las minas de cobalto en la República Democrática del Congo. Kate Crawford ha mostrado que la IA no es ni artificial ni inmaterial, sino una industria extractiva (Crawford, 2021). Construir la batería de un solo vehículo eléctrico o sostener los centros de datos requiere mover toneladas de tierra, contaminar acuíferos y explotar mano de obra.

La promesa de que la IA resolverá los grandes problemas de la humanidad funciona hoy como un cebo. La realidad es que la infraestructura necesaria para “despertar” a esa superinteligencia está acelerando la destrucción del planeta y la atrofia del espíritu crítico. Vaciamos la tierra de minerales y vaciamos al ser humano de sentido para llenar servidores con datos que entrenan una inteligencia que posiblemente nos supere.

Al final, la “ruleta rusa” de la inteligencia artificial general no es un juego de azar, es un suicidio asistido por la codicia. La humanidad, fascinada por el brillo de sus propias creaciones, ha entregado el control de su destino a un puñado de corporaciones y a una dinámica geopolítica que no reconoce límites. Hemos construido una pistola tecnológica de calibre incalculable, la hemos cargado con la munición de nuestra propia obsolescencia y, bajo la promesa de una utopía digital, estamos apretando el gatillo, esperando, contra toda lógica, que la bala no esté en la recámara.

 

Referencias

Bostrom, N. (2014). Superintelligence: Paths, dangers, strategies. Oxford University Press.

Crawford, K. (2021). Atlas of AI: Power, politics, and the planetary costs of artificial intelligence. Yale University Press.

Loh, K. K., & Kanai, R. (2014). Higher media multi-tasking activity is associated with smaller gray-matter density in the anterior cingulate cortex. PLOS ONE, 9(9), e106698.

Satani, A. (2025, 15 de marzo). Neuroscientist Abhijeet Satani uncovers the impact of social media on brain activity. Medgate Today.

Shou, Q., et al. (2025). Association of screen time with attention-deficit/hyperactivity symptoms and cortical development in children: Findings from the ABCD Study. Translational Psychiatry.

Srnicek, N. (2016). Platform capitalism. Polity Press.

Zuboff, S. (2019). The age of surveillance capitalism: The fight for a human future at the new frontier of power. PublicAffairs.

 

Nota de transparencia: Esta columna fue revisada y editada con el apoyo de un sistema de inteligencia artificial para la verificación de referencias bibliográficas y la corrección de estilo según normas APA 7. La argumentación y el enfoque crítico pertenecen enteramente al autor.


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